viernes, 2 de octubre de 2015

[Temática] Western, el género fronterizo (Parte 1)


"Existen dos clases de personas en este mundo: los que tienen la pistola cargada, y los que cavan. Tú cavas".-Clint Eastwood, "Rubio" en El Bueno, El Feo y el Malo.


El vasto desierto de Arizona, plagado de riscos áridos y cañones rocosos. Los setos rodantes arrastrados por el viento. Los pueblos fronterizos, el saloon a rebosar de bebedores de whisky, jugadores de póker y tipejos pendencieros con ganas de bronca. El sheriff defensor de la ley, aun siendo su ley, el amoral cazarrecompensas, el ambiguo pistolero a sueldo, el violento bandido mexicano, el sanguinario guerrero apache. Los eternos chascarrillos, una y otra vez dichos: "este pueblo no es lo bastante grande para los dos", "muerde el polvo" o "desenfunda, forastero".

Pocos son los tópicos y temas recurrentes que no conocemos del western, uno de los géneros más prolíficos y, para muchos, desgastados de la historia de la ficción. Desde que comenzara sus andanzas en la literatura, y sobre todo en su salto glorioso a la gran pantalla, el Salvaje Oeste se ha convertido en un escenario enormemente recurrente que nos ha ofrecido centenares de historias, algunas muy memorables y alzadas con honores en el pódium de los más grandes relatos de la humanidad, y otras muchas que han pasado sin pena ni gloria, debido a su incapacidad de trascender o al hastío del público por el exceso de oferta. Quizás lo único que diferencia al western de otros géneros de ficción populares hoy día, como la fantasía épica, el space opera, o el más moderno género de zombies sea, básicamente, su prolongación en el tiempo. Al principio nacido dentro del marco del género histórico, por su fidedigna recreación del pasado de Norteamérica, el western terminó por encontrar su cauce gracias a la literatura pasatista y pulp, destinada únicamente a entretener a su público más allá de la precisión histórica. Lo que interesaba era la emoción de la aventura, la intriga y los peligros a los que se veían expuestos los protagonistas, más que saber en qué fecha exacta fue construida la primera línea de ferrocarril o el desarrollo socio-económico de Texas o Iowa. No es de extrañar por tanto que, con el nacimiento del cine y su posterior auge como industria, el western fuese uno de los géneros fundacionales que acompañasen al séptimo arte en sus primeras andanzas. Como primer ejemplo se me viene a la cabeza El nacimiento de una nación de D.W. Griffith, que aunque su temática y mensaje profundamente sureño y racista pueda ponerse a día de hoy en entredicho, es de mención honorífica sólo por su histórico aporte del concepto moderno del montaje cinematográfico.


El nacimiento de una nación, la película en que dijimos por primera vez:
"¡Aquí llega la caballería!"

Por otra parte, hay que reconocer que los estadounidenses han tenido siempre una gran vista para los negocios, y a mi parecer han sido la primera nación en darse cuenta de que su propio pasado tenía un enorme tirón comercial como escenario para historias que emocionasen al público. Más allá de las fechas, de las grandes batallas o de los tratados económicos y de paz o de guerra, el escenario del popularmente llamado "Lejano" o "Salvaje Oeste" ofrecía multitud de pequeñas grandes historias sobre héroes individuales, individuos que se oponían a aquellos que pretendían implantar la ley del revólver y luchas encarnizadas por la supervivencia entre mineros y colonos asentados contra las beligerantes tribus nativas que no toleraban la presencia del hombre blanco. Las oportunidades para la épica eran múltiples, y a falta de un pasado extenso como el de las naciones europeas, que cuentan con tres grandes edades a sus espaldas, los Estados Unidos se han visto obligados a rescatar y reivindicar apasionadamente su propia historia, mucho más breve y concisa que en el resto de Europa pero no por ello menos intensa. Se puede decir que en eso llevan años haciendo un gran trabajo: mientras que seguramente no todo el mundo (hablando de público general y no de gente especializada o formada) sea capaz de enumerar la lista completa de los reyes godos o pueda describir gran cosa de la sociedad estamental medieval, prácticamente todos sabemos o tenemos una idea cercana de quién es Abraham Lincoln, o de cómo era la vida en el pueblecito fronterizo medio de Arizona. La literatura y especialmente el cine se han encargado de explotar a base de bien la iconografía del Oeste hasta convertirla en una suerte de "marca de la casa", una imaginería que forma parte del colectivo mundial, pese a que no pertenezca al legado histórico de todos. Tanto es así que, curiosamente, el grueso de la producción más moderna del western no ha tenido lugar en Estados Unidos, sino en Europa, a raíz del furor que en el cine supuso la entrada del spaghetti western italiano de la mano de Sergio Leone, y posteriormente también en el mundo del cómic, como es el caso de las series franco-belgas Lucky Luke o la del teniente Blueberry.

Pero ¿qué es exactamente el western y cómo y por qué lleva años funcionando como género? Ahí es adonde yo quería llegar. Así que, con vuestro permiso, desgrano este análisis subjetivo y personal en las siguientes cuatro categorías, que serán subidas de una en una para no atosigaros con la lectura:

-La estética del western: historia y ficción se dan la mano.
-El salvaje Salvaje Oeste y la democratización de las armas.

-Del héroe al antihéroe: el western como ensayo ético y filosófico.
-El western y otros géneros.

Dicho esto empecemos por el primer apartado, hasta que sólo quede uno en pie.

LA ESTÉTICA DEL WESTERN: historia y ficción se dan la mano
Si algo no podemos negar es la idiosincrática estética que todos asociamos al western. Cuando mencionamos el término "Oeste" muchos de nosotros pensamos en la silueta del cowboy solitario cabalgando hacia el horizonte crepuscular, en los paisajes áridos y las extrañas formaciones rocosas de las regiones más áridas de Norteamérica, en setos rodantes y en una predominancia casi plena de los colores rojos, amarillos y terrosos.

El paisaje que todos asociamos colectivamente al western,
aunque no sea ni mucho menos el único.
El mérito de la construcción de esta estética se lo debemos, cómo no, al cine, y en igual medida al cómic, que ha bebido directamente del anterior. Pocas historias western vemos (aunque las hay) que no estén ambientadas en el área más occidental de Norteamérica, especialmente a lo largo de la frontera con México. La desertización de regiones como Colorado, Arizona o Utah han marcado fuertemente el tono de éstas historias. Quizás se deba a la realidad intrínseca de la fuerte hostilidad de esta cara de la naturaleza; existen pocos entornos más difíciles e implacables que el desierto, donde tan difícil es obtener el agua vital para la existencia. Los recursos son más escasos que en ningún otro lado. Y sólo los fuertes logran quedarse con dichos recursos.

Aunque no es raro ver historias western ambientadas en las regiones más frondosas de EE.UU. como Montana o a orillas del Mississippi, o incluso en la estación de las nieves, el desierto y la aridez han terminado por convertirse en los protagonistas más habituales del género.  ¿Y qué escenario hay más reconocible en apenas un vistazo que el clásico pueblo fronterizo del Oeste? En su mayoría eran asentamientos temporales, construidos como residencia para los buscadores de oro o los trabajadores de alguna industria boyante como la construcción de las líneas del ferrocarril o el aserradero. Debido a su carácter fronterizo la mayoría de estos pueblos suponen una sorprendente mezcolanza de etnias, sobre todo cuanto más se acerca el fin del siglo XIX: mexicanos vecinos, nativos civilizados a la fuerza, negros que huyen del segregacionismo sureño o inmigrantes chinos en busca de trabajo en el ferrocarril o que terminan montando su propio negocio, mayoritariamente herboristerías o lavanderías.
Aunque parezca raro, la inmigración china fue constante en
los Estados Unidos, a menudo sirviendo como mano de obra barata
en la construcción del ferrocarril o como obreros en las minas.

La convivencia, por supuesto, rara vez es del todo pacífica. El Oeste vive inmerso en una era marcada por los prejuicios raciales, sobre todo por parte del hombre blanco, que considera a los demás meros ciudadano de segunda, o en el peor de los casos rivales directos y opositores a su supremacía. La cultura anglosajona es una constante en el western, para qué negarlo, ellos dominaron los Estados Unidos a base de tratados o a punta de pistola. El dólar, el Colt Navy, el Winchester, las compañías de ferrocarril, el Séptimo de Caballería, todo esto nos suena y se nos viene a la cabeza en cuanto abstraemos nuestra mente a una típica estampa del género. Pero hay otras dos culturas que no podemos ignorar, que gracias al carácter fronterizo de estas historias se mezclan constantemente con la dominante, no siempre integradas y más a menudo en perpetua confrontación.

Gerónimo, jefe apache, uno de los personajes más célebres
y apasionantes del bando de los nativos americanos. 
La primera, y más evidente, es la cultura de los pueblos nativos americanos. Apaches, cheyennes, comanches, sioux, navajos, hopis... Su diversidad ha sido abrumadora, y sin embargo raras veces se les ha tenido en cuenta. El mundo del espectáculo y la historiografía clásica  los han retratado demasiado a menudo como el enemigo salvaje que el ejército y los valerosos colonos deben domar si quieren reclamar esta tierra virgen como suya. Incluso el propio L. Frank Baum, célebre autor de la saga El Mago de Oz, sorprendía al mundo con una sangrante xenofobia hacia los nativos al hacer declaraciones como ésta del 20 de diciembre de 1890: "Los blancos, por ley de conquista, por justicia de civilización, son los amos del continente americano y la seguridad de los asentamientos fronterizos se garantizará con la total aniquilación de los indios que quedan". Nos ha costado muchos años para purgar de nuestra conciencia colectiva ese enfermizo sentimiento de superioridad para  poder reivindicar la idiosincrasia de estos pueblos que, a fin de cuentas, sólo luchaban por la defensa de su territorio, algo que desde luego no los hacía menos hombres que los "rostros pálidos".

Emiliano Zapata, héroe revolucionario
mexicano. Todo un personaje digno de película.
La segunda cultura alternativa a la anglosajona que ha influido con fuerza y pasión propia en el western ha sido, sin duda, la cultura mexicana. Al compartir una frontera común con los Estados Unidos, México ha recibido de manera constante la influencia de la cultura norteamericana, y viceversa. No olvidemos que varios Estados como California o Nuevo México pertenecieron a esta nación antes de su anexión a manos de USA. Aunque por desgracia poco conocida para muchos de nosotros, incluyendo para quién escribe estas líneas, la historia de México ha sido apasionante y convulsa, marcada por las revoluciones y la lucha por la independencia, primero de la Corona española, y segundo de la influencia colonizadora estadounidense. Nombres como Emiliano Zapata y Pancho Villa son famosos hoy día gracias nuevamente a la influencia del western, aunque en pocos casos las figuras históricas son respetadas y no solapadas por la leyenda o la interpretación libre de los cineastas norteamericanos. El caso es que, para el interés que nos ocupa, el pueblo mexicano ha demostrado tener una pasión y energía únicas, una personalidad arrolladora y muy característica que ha mantenido una estrecha relación de amor-odio con la cultura estadounidense, a veces abrazando sus usos y costumbres, otras tantas reivindicando los suyos propios. Y, sin duda, me atrevo a declarar que México le ha aportado muchísimo al western. ¿Qué sería de la banda sonora de tantas películas míticas, sin ir más lejos, sin la sonoridad vibrante de las trompetas y las guitarras?
El bueno de John...

Dejamos ya de lado el comentario histórico porque no es la intención de esta entrada bloguera, y nos llevaría una extensión que no nos podemos permitir, y pasamos a centrarnos nuevamente en la cuestión inicial con que arrancó esta entrada. Hablábamos de estética. En concreto cine y cómic. Dos medios con dos lenguajes muy distintos, aunque similares, que se han estado retroalimentando  durante años. De hecho me atrevería a decir que durante toda la primera mitad y parte de la segunda del siglo XX ha sido el cine el que más ha influido al cómic, y no fue hasta después que el cómic pudo devolverle el favor. En realidad, aunque las décadas de los 30, los 40 y los 50 nos han dado grandes películas inolvidables, el grueso de la producción, que fue muy extensa, se ha limitado a menudo a repetir tópicos y situaciones estereotípicas que a base de insistencia se nos han quedado como representativas del género: los asaltos apaches a las caravanas, las trifulcas en el saloon, el pistolero solitario más duro que el cemento... En realidad en muchos sentidos el western equivale como modelo narrativo a los cantares de gesta medievales europeos, o al chambara japonés o género de samuráis; historias donde un héroe solitario llega donde más se le necesita en el momento adecuado, como movido por el destino, donde se enfrenta al villano de turno, que puede ser tanto un personaje de motivaciones turbias como una amenaza a mayor escala (la horda apache), y tras salir victorioso vuelve a montar en su caballo y pone rumbo al horizonte, en busca de su próxima misión. Estados Unidos ha hecho del western su propio género heroico durante años, y le ha servido muy bien como justificación propagandística, al tiempo que convertía en iconos vivientes a actores habituales como John Wayne o Burt Lancaster. Su influencia en el cómic sería más que notable, sobre todo en el personaje de Lucky Luke, que parodiaba con mucho garbo y a la vez homenajeaba a todo este ciclo cinematográfico en sus divertidas aventuras.
... Y el bueno de Luke.





Centauros del Desierto, según Steven Spielberg la mejor película
jamás rodada. Desde luego su fotografía es formidable.
Como excepción más honrosa, sin duda, y a riesgo de olvidar a otros grandes cineastas del momento, debo mencionar a John Ford, uno de los padres y maestros del western en el cine. Sus películas hicieron algo más que repetir el código narrativo establecido: buscó ir más allá, contar historias donde sus personajes nos hablaran de sí mismos y explorasen más sobre la condición humana. También fueron películas preocupadas por el cuidado de su fotografía. La Diligencia o Centauros del Desierto son buena muestra de ello. Ford es quizás el primero que decide darle más carnadura a sus relatos, mostrarnos que el western puede ser mucho más que simples historias modernas de caballerías a punta de pistola.

No es hasta mediados de la década de los 60 cuando otro maestro revolucionó para siempre el western partiendo del que hasta entonces se consideraba un sucedáneo de segunda categoría. Para muchos el spaghetti western era considerado el hermano pobre del género, sobre todo por lo irrisorio de los presupuestos que manejaban y las localizaciones mediterráneas de sus sets que abarataban mucho los costes, lo que garantizaba una producción masiva de películas a precio de saldo. No sería hasta la llegada de Sergio Leone que el spaghetti western sería tomado realmente en serio. Su mítica Trilogía del Dólar llegó, desenfundó y dio de lleno en el corazón, como la mayoría de sus protagonistas. Los cambios que estas películas supusieron en la estética del western son más que notables, y sería muy difícil enumerarlos todos, pero vamos a nombrar al menos los más importantes:



El ¿bueno? de Clint.

· Dejamos atrás las historias de prístinos cowboys de blanco que siempre llegan para salvar el día. Las historias de Sergio Leone pertenecen a otra clase de personajes, que han terminado por hacerse dueños indiscutibles de estas historias. Los timadores, los truhanes, los cazarrecompensas, los delincuentes, individuos de gris y ambigua moral son ahora los protagonistas del western. Por primera vez la línea entre el héroe y el villano se vuelve terriblemente difusa, y muy a menudo el objetivo de ambos es el mismo, marcado por la mera ambición y la codicia. El vaquero valeroso que defenderá al pueblo sin pedir nada a cambio deja paso al pistolero sin nombre que sólo protegerá tu espalda si tienes los dólares suficientes. El defensor de la justicia es tan letaly despiadado como el malvado, y no le tiembla la mano a la hora de llenarte de plomo. Un nuevo icono cinematográfico surge a raíz de estas cintas: el heroico John Wayne le pasa la batuta al implacable Clint Eastwood.




· El silencio dice mucho más que las palabras. Tenemos largas, muy extensas, secuencias en las que los personajes se lo dicen todo sin hablar nada. Un simple cruce de miradas basta para que dos hombres sepan que sólo uno logrará levantarse del asiento y seguir con vida. Los clásicos duelos, en los que dos oponentes se estudian y buscan desenfundar antes que el otro, alcanzan un nuevo estatus de grandeza, a la altura de los duelos de esgrima samuráis del ya mencionado chambara. Mítica es la grandiosa escena del Triello al final de El Bueno, El Feo y el Malo.
Para muchos el mejor duelo del Oeste jamás rodado.











· La cámara toma conciencia y se recrea en fabulosos planos muy variados. Primerísimos primeros planos sobre los ojos de los personajes o las manos nerviosas sobre el pomo del revólver. Planos generales donde el paisaje nos engulle, con la silueta recortada de un hombre solitario. Muchos de estos planos beben de la estética del cómic, como ya se dijo, buscan ser viñetas reales. El western toma ahora aún mayor conciencia de su categoría como ficción, y se engrandece en ello.

La tensión en el duelo es máxima.
· La música se convierte en otro personaje que pasea con nosotros durante toda la cinta. Tanto o más que a Sergio Leone, el western le debe muchísimo al brillante compositor Ennio Morricone, que como ningún otro supo plasmar el espíritu del género en un puñado de notas. Trascendiendo de la clásica instrumentación folk y country o de las grandilocuentes orquestas hollywoodienses, Morricone inserta tres instrumentos básicos revolucionarios que terminarán por convertirse en sinónimo del Oeste: el silbido, la voz desgarradora y la guitarra eléctrica. Instrumentos que logran, como nadie, transmitirnos ese sentimiento salvaje de la ambientación fronteriza y la intensa lucha por la supervivencia de sus historias. Y a esto se le suma el fabuloso uso de los instrumentos de viento-metal, que beben como ya dijimos de la cultura mexicana que tan hermanada está con el género.
Ennio Morricone, el hombre tras el silbido.













Yo diría que es a partir de ahora cuando podemos hablar de una verdadera y única estética del western. Y, una vez superada esta cuestión, es cuando podemos hablar de lo que va más allá del estilo, sobre el tipo de historias y de mensaje que nos transmite este vehículo narrativo.

Pero esto será explicado en la segunda parte de este análisis personal y subjetivo. Espero que hayáis disfrutado leyéndolo tanto como un servidor escribiéndolo.

¡Nos leemos!


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